El inglés, la asignatura pendiente de muchas personas, ¿qué nos pasa con la lengua de Shakespeare?
Si se pregunta a cualquier niño de tres a cinco años “¿cómo se dice azul en inglés?” Sin ningún problema responderá: “blue”.
La pregunta es: ¿se podría considerar eso como saber inglés?
Está claro que cuando antes se empiece el contacto con el inglés, antes se aprenderá y se asimilará toda su estructura y su vocabulario. Pero existe un matiz, los niños no aprenden el idioma, lo adquieren; al igual que adquieren su lengua materna.
Cuando se visita un colegio bilingüe se escucha a los profesores saludar con un “good morning”, se les ve dar instrucciones con un “line up” o dar las gracias diciendo “thank you”. Los niños están acostumbrados a escuchar palabras y frases en inglés, lo entienden e incluso lo hablan; cambian de la lengua materna a la segunda lengua sin darse cuenta. Los más pequeños tienen mejor capacidad auditiva, tienen más estímulos y diferencian mucho mejor los sonidos. Esto en un adulto es más complicado, pues tienen que esforzarse más y su atención no es tan buena en determinadas circunstancias.
También deberíamos tener en cuenta los métodos de enseñanza; antiguamente se centraban más en aprender la gramática, usando enfoques como el audio-lingual o el de gramática-traducción. Estos modelos eran repetitivos y basados más en la escritura que en la comunicación. Posteriormente se introdujo el enfoque comunicativo y el de Respuesta Física Total o RFT, donde se ponía en marcha la función real de la comunicación a través del “speaking”.
Actualmente tenemos la oportunidad de acceder a numerosos y diferentes recursos para adquirir una segunda lengua, facilitando el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Los niños están recibiendo constantemente estímulos. Algo que les ayuda a adquirir la lengua inglesa es la música, las canciones que tanto les gustan y que empiezan a tararear sin darse cuenta. Procesan de manera más rápida la fonética y la pronunciación simplemente por el hecho de ser niños; su cerebro les permite hacerlo de manera natural. Los más pequeños entienden fácilmente los mensajes que reciben, independientemente del idioma; su cerebro absorbe como una esponja toda esa información con un mínimo esfuerzo. Conforme se va acercando la edad adulta las dificultades aparecen, la pronunciación, por ejemplo, no suena tan natural, el adulto tiene una pronunciación más españolizada y ya debe esforzarse para adquirir el idioma ya que el inglés interfiere con su lengua materna.
Por todo lo anteriormente mencionado, la mejor edad para aprender inglés es desde que nacemos hasta los tres años, que es cuando los niños empiezan a hablar con frases más estructuradas. Este proceso puede alargarse hasta los siete, diez y doce años; siempre se puede aprender inglés, incluso de adulto, pero la mejor edad para adquirir una segunda lengua de manera más natural y casi sin esfuerzo es cuando somos niños, convirtiendo este aprendizaje en un juego.