Al nacer somos seres inmaduros y dependientes con unas necesidades que cubrir, cómo son: comer, dormir, sentirnos protegidos, queridos, necesitar a los otros…
La forma de cubrir estas necesidades está relacionada con el apego y sus tipos.
El apego es el vínculo emocional y afectivo que se crea entre el bebé y su cuidador de manera íntima y duradera proporcionado seguridad y protección. Se desarrolla en la primera infancia.
Es importante que esta conexión, tanto emocional como psicológica, surja al ser bebés ya que la calidad del apego influye en el desarrollo futuro de la persona.
Para fomentar el apego en los niños es vital que durante el desarrollo del mismo el cuidador ofrezca cercanía y seguridad al niño a través de un clima estable, feliz y de confianza puesto que contribuye en su desarrollo social, cognitivo y emocional.
El apego es clave en el desarrollo de la vida del niño porque es una necesidad del ser humano; la calidad del mismo influye tanto en su comportamiento y desarrollo y proporciona seguridad, confianza, autoestima y autonomía.
En función del tipo de apego que los niños tienen con sus cuidadores y/o padres desarrollan unas relaciones más o menos saludables.
Es fundamental tener en cuenta que los niños necesitan nuestro cariño, que les pongamos límites, que les acompañemos en la regulación de sus emociones, que fomentemos su autonomía, su personalidad, que le demos confianza… para ello es necesario que los cuidadores y/o padres nos comportemos de manera acogedora y atenta con ellos.
De acuerdo con los postulados de la Teoría del Apego, de John Bowlby (1958) existen cuatro tipos de apego: seguro, evitativo, ambivalente y desorganizado.
Cuando un niño se siente querido, valorado y aceptado por sus cuidadores y/padres hablamos de un apego seguro que le permite al niño interactuar con confianza y positivamente con los demás.
Por el contrario, cuando un niño tiene miedo, no tiene esa necesidad de buscar al cuidador y /o sus padres ante una situación dolorosa, se sienten incomprendidos, poco apoyados significa que se ha desarrollado apego inseguro (evitativo, ambivalente o desorganizado).
El desarrollar un apego inseguro durante la infancia se mantiene durante el resto de la vida, debido a la carencia que existe de un vínculo seguro y de confianza, el cual va a estar presente en las relaciones sociales que establezca tanto de niño como de adulto.
Este tipo de apego hace que el niño tenga más dificultades a nivel de autoestima, de ansiedad, de autonomía, de dependencia emocional y en las relaciones con los demás, dificultando un desarrollo adecuado y sano en la vida del niño.
Por eso es importante prestar atención a las necesidades de los niños y ayudarles a ser personas sanas tanto física como emocionalmente ya que somos su espejo, sus guías y la mayor parte de nuestros actos y conductas, son su fuente de aprendizaje. Por lo tanto, es fundamental enseñarles a ser, a pensar, a actuar, de una manera lo más empática y adecuada, para que en un futuro sepan aceptar, respetar, resolver conflictos y valorar tanto a los demás como a ellos mismos.
Como hemos dicho anteriormente, todo esto se consigue a través del apego, es decir, el apego nos ayuda a conectar con el entorno y las personas del mismo.