Septiembre de 1978. A comienzos de ese mes, un joven maestro con 20 años recién cumplidos, llegaba al colegio San Gabriel con su mochila cargada de ilusión y entusiasmo. Estaba lejos de imaginar que este lugar se iba a convertir en su segunda casa, en su segunda familia.
Su primer curso fue 5º, de lo que entonces se denominaba E.G.B. y sus primeros alumnos, hoy cincuentones, tenían diez años menos que él. Aquella clase la formaban 42 chicos, ya que el colegio aún no era mixto.
Su primer director fue el Padre Vicente y la comunidad pasionista en aquella época era muy numerosa: Chemari, Gastón, J. Manuel Pindado y Enrique (ambos ya fallecidos), Germán, Valero, Miguel y las incorporaciones posteriores de Casiano, Andrés, Balbino, Fernando, Rafa, Javier… la lista sería interminable.
De todos ellos, este maestro guarda un recuerdo imborrable, pues le acompañaron en sus primeras experiencias docentes. En aquellos lejanos años existía el internado, formado por chicos procedentes de diferentes provincias. Sólo marchaban a casa en las vacaciones. Algunos regresan ahora, cada año, al encuentro de exalumnos.
Poco después llegaron las primeras alumnas y profesoras. El colegio seguía creciendo de forma imparable. El maestro también recuerda a los novicios que llegaban al colegio a prepararse en el noviciado. Venían de diferentes países, españoles, portugueses y los más numerosos procedentes de América. ¡Qué partidos de fútbol y de frontenis jugaba con ellos al acabar las clases!
Sólo un triste recuerdo encoge todavía el corazón de este maestro, cuando viene a su memoria el mortal accidente de un alumno suyo, que en 1981 se marchaba al cielo con 10 años, debido a un fatal atropello ocurrido en Zaragoza, al bajar del autobús que le traía del colegio.
En la década de los noventa tuvo que afrontar un reto que no imaginaba, asumir la dirección de Primaria. Fue una situación muy novedosa, ya que era el primer director seglar que desempeñaba ese cargo. Con la ayuda del equipo directivo y de las personas que formaban el claustro, pudo sacar adelante esta nueva tarea.
La semana de más alegría y jolgorio, al igual que ahora, siempre coincidía con las fiestas de San Gabriel. Eran unos días que se disfrutaban de un modo especial. ¡Cómo recuerda aquellos partidos de fútbol sala en los que jugaban profesores contra alumnos! Saltaban chispas y se ajustaban cuentas pendientes (casi siempre por parte de los alumnos). El pregón, el teatro, el baile de disfraces por la noche, las vaquillas… y cómo no, la misa de San Gabriel, cantando a pleno pulmón su himno.
¡Cuántos recuerdos se agolpan en su mente! Los años iban pasando y nuestro maestro combinaba los partidos y entrenamientos tras las clases, con caminatas por los alrededores del colegio, hacia el Saso y San Mateo. Las grullas, eternas viajeras, le recordaban el paso de las estaciones en sus paseos. Estaba descubriendo otra ruta que también iba a marcar su vida: el Camino de Santiago. Su primera experiencia peregrina la viviría con un pasionista amigo, Enrique, y cuarenta y cinco jóvenes del colegio y de la parroquia de Zuera, en el año 1993, caminando de Sarria a Santiago. A medida que recorría sus caminos, contaba a los chicos sus vivencias de peregrino.
Un hecho hizo que cayera en la cuenta de que se estaba haciendo algo mayor, comenzaban a llegar a su clase los hijos e hijas de sus primeros alumnos. Ésto le hacía muy feliz, ya que podía trabajar con aquellos niños que eran como una continuidad de sus padres.
El colegio seguía transformándose y evolucionando. La llegada de la pizarra digital y más adelante de los iPads y ordenadores fue toda una revolución. Otra innovación fundamental fue la implantación del ciclo de Infantil. Ver a los primeros pequeños desfilar por el pasillo era todo un gozo.
Durante varios años coincidió con sus dos hijos en el colegio, ya que vinieron a cursar sus estudios de Secundaria y Bachiller. ¡Qué agradecido estará siempre con los profesores que les acompañaron en esos cursos de la adolescencia! Del mismo modo que recordará con cariño a todos los maestros y maestras que estuvieron a su lado y le ayudaron durante tantos años. Sin olvidar a los más jóvenes que se han incorporado en los últimos tiempos y que han supuesto una inyección de renovación e ilusión para el claustro.
Asimismo llevará siempre en su recuerdo a todas las familias que ha conocido a lo largo de estos años. Tantos padres y madres que confiaron en él y le ayudaron, estando a su lado y colaborando en la bonita pero ardua tarea de educar. También hemos compartido ratos de diversión en los días de la familia: partidas de guiñote, de fútbol, baños, juegos y suculentas paellas.
Hace tres años, poco antes de su prejubilación llegó la pandemia y de marzo a junio tuvo que impartir sus últimas clases como tutor desde casa. ¡Qué extraño se sentía viendo a sus alumnos desde la pantalla, sin sentir su proximidad! Echaba de menos sus abrazos y su cercanía.
En el horizonte atisbaba el final de sus años en el colegio. Percibía en su interior una mezcla de sentimientos. Por un lado, la ilusión de seguir trabajando, siendo feliz en lo que más le gustaba, pero por otro dejar paso a los maestros y maestras jóvenes que se iban incorporando. Se veía reflejado en ellos. La misma ilusión y dedicación que él seguía sintiendo, la veía ahora reflejada en sus rostros.
Sus tres últimos cursos, ya prejubilado, le fueron preparando para el momento de decir adiós. Cada una de las diez semanas que debía venir cada año, las disfrutaba con intensidad. Sustituciones, apoyos, lo que le indicaban que debía hacer, lo vivía con alegría e ilusión, ya que volvía a recibir el cariño y las sonrisas que le habían acompañado tanto tiempo.
Sus últimas cinco semanas las hizo coincidir con las fiestas de San Gabriel. ¡Cómo disfrutó en el encuentro con los exalumnos! Cargó su mochila con incontables abrazos y muestras de cariño de sus chicos y chicas, ahora convertidos en adultos. Le emocionó sobre todo que recordaran, tantos años después, actividades y anécdotas que habían vivido con él en clase: al alumno de la semana, la mesa de la paz, el señor silencio, los paseos en busca de hormigas y telarañas, me quito el sombrero, los regalasonrisas, ... Algunas de ellas las había olvidado, pero sus alumnos no.
A finales de marzo, este maestro vaciará su armario de la sala de profesores y se despedirá de los que le han acompañado durante tantos años, los niños y niñas. También dirá un hasta pronto a los compañeros que siguen en el colegio. Será una despedida alegre y emocionante por todos los momentos compartidos. Por último, este maestro dará gracias a su tocayoFrancisco Possenti, más conocido como San Gabriel, “el joven de la sonrisa”, por haberle guiado y ayudado a lo largo de estos 45 años.
¡Buen camino y hasta siempre!